Nada ni nadie me arrebataría mi felicidad de aquel instante

Nada ni nadie me arrebataría mi felicidad de aquel instante

Caminaba por la Costanera escuchando a Carlos Goñi y su San Pedro. Era una tarde magnífica. Acabada de romper con mi última mujer y hasta los Carabineros de Chile me parecía gente adorable. Mi última mujer era una psicópata deplorable. Era una mujer muy dulce que en un dos por tres se transformaba en las cincuenta mil plagas de Egipto. Una vez intento envenenarme con una teleserie venezolana. Otra vez me regaló un libro de Paulo Coelho. Al final salí indemne de sus artilugios feéricos indomables.

Caminaba entonces por la Costanera como quien camina por la Quinta Avenida. Caminaba en una alfombra mágica roja del brazo de una blonda pusilánime imaginaria. Nada ni nadie me arrebataría mi felicidad de aquel instante. Pero lo sabía, lo intuía. Mis instantes perfectos nunca duran más allá de cinco minutos. O seis minutos. A veinte metros de la costa veo a un hombre o una mujer o una cosa pidiendo socorro. Y sin pensarlo un instante me arrojo. Llegó allí y le doy un par de trompadas. Lo tomo del cuello y lo ahogo. Luego retomo mi camino. Nada ni nadie me arrebataría mi felicidad de aquel instante.

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