“¡Me cago che!”

“¡Me cago che!”


Presentación del libro "¡Me cago Che!". De izquierda a derecha; Marcelo Pérez,
el escritor Héctor Martínez Díaz y el periodista Gregorio Muñoz. 
“Envié mis manuscritos urbanos, 
que son pobres, pocos y breves, a un amigo narrador, 
que me respondió que todavía no los leería...”. 
(pág.166).

Estamos en presencia de una obra multifacética que, si se mira en estricto rigor, no tiene un parámetro de medida único. No se trata de un texto ensayístico, aunque pudiera catalogarse como tal en determinados espacios; tampoco se trata de una simple recopilación de artículos variados, aunque a primera vista pudiera parecerlo. Cierto, las columnas que Pepito El Breve ha diseminado por periódicos de papel y en diferentes páginas webs pudieran sincronizarse en un volumen apretado, en una síntesis que hoy nos entrega como respuesta a un deseo compartido de ver unificada su dispersa producción. Pero, en esencia y afortunadamente, se trata de algo más que eso. Se instala en la literatura magallánica una forma de decir y de expresar un mundo desde una óptica distinta. Y no puede ser de otro modo: Pepito el Breve rezuma sarcasmo, crítica ácida o entreverada, sentido del humor e irreverencia y hasta cierta dosis de nostalgia que comprende e importa una suerte de estética regional, de “mirada” alternativa a los cánones habituales del periodismo común, (y por qué no), hasta de ciertas expresiones de la literatura formal. Y ello es así, porque “Me cago Che” trasciende ese periodismo algo acomodado a las circunstancias, a las palabras de buena crianza o de no “pisar callos ajenos” por variables que no es del caso analizar, pero que son y existen.

Estamos ante una obra que por su contenido y su formato descree de ciertas instituciones, se desliga de algunos patrones denominados “normales” para analizar el contexto en que cierta vivencia cotidiana asumida como literatura, se expande y desarrolla. “Me cago che” tiene un destinatario que es, como sus artículos o columnas, igualmente variopinto. Puede ir desde el más iletrado a aquellos eruditos de la palabra que hacen de la misma un instrumento de conocimiento y, probablemente, hasta de dominación. No importa cuán distanciados podamos estar de quienes pululan por estas páginas premunidos de un disfraz que termina por ser un desnudo de la sociedad que habitamos. No importa de qué manera las situaciones que se explicitan o se insinúan o se advierten, puedan ser una sátira vomitiva del mundanal ruido neoliberal que se nos presenta como la virtual panacea de los tiempos modernos. Lo que sí pareciera importar es que nos resulta, al fin de cuentas, un espejo, una imagen refractada que nos incomoda un poco, como si estuviéramos sudados en medio del frío magallánico o nos deslizáramos por avenida Bories en medio de una cuerda inexistente, pero real. Y es que “Me cago che” es un poco el resumidero de lo que hemos terminado siendo, a nuestro pesar o a pesar de las buenas intenciones. No es ni malo ni bueno. Sencillamente, es, aunque tampoco pudiera concluirse que sea para siempre.

Por último, “Me cago che” es un llamado de atención a nuestra desidia ciudadana, un tirón de orejas como cuando éramos niños y bajábamos avergonzados la vista de lo que habíamos escrito en la pizarra.

Los que buscan consuelo o pasatiempo, no lean este libro. Los que conservan el viejo y relamido statu quo déjenlo sobre el velador. Los que piensen que su lectura será una simple distensión de sus mejillas en algo parecido a una sonrisa forzada, no pierdan su tiempo entre sus páginas. Pero, si existen aquellos que necesitan que el suelo se les remueva un poco y adviertan que la vida en sociedad consigue ser vista con una expresión de sorpresa, más allá del desencanto, léanlo. Seremos muchos y “Me cago che” terminará siendo lo que es: una suerte de bofetón intelectual…más que merecido.

Juan Mihovilovich 

Fotografía de Bernardo Balbontín.

“¡Me cago che!”. Autor: Pepito El Breve. Edición de La Prensa Austral de Punta Arenas. 2014, 173 páginas.

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